lunes, 17 de marzo de 2008

Llegada a Honolulu

Ayer llegué a Honolulu. El viaje estuvo bien, aunque me mosqueó que los de US Airways no me diesen de comer en el avión a pesar de ser un viaje de casi 7 horas. Si querías comer, a pagar $7 por una mierda de sandwich artificial o una ensalada de plástico. Así que llegué con más hambre que el que se perdió en la isla. ¡Por lo menos no me perdieron las maletas!

Lo primero que llama la atención son los Hawaiinos. Son muy parecidos a los asiáticos, pero como más oscuros. Sin embargo, la mezcla entre americano y hawaiiano da lugar a mujeres rubias, de ojos ligeramente rasgados y muy bellas. Como en las películas.

(Koa y una bella hawaiiana)

Lo segundo que se nota al salir a la calle es el clima. Hawaii tiene un clima tropical, y en estas fechas es el final de la estación lluviosa. La temperatura es muy agradable y todo el mundo va en camiseta, pero el ambiente se nota bastante húmedo.

Me vino a recoger Koa con un amigo suyo llamado Kevin en un coche que habían comprado por $50. Hacía un ruido horrible, pero se movía. Lo primero que hicimos fue comprar unas cervezas de bienvenida. Fuimos a una tienda suburvial de chinos en la que cogían packs de 24 cervezas, los partían en grupos de 6, les ponían cinta aislante para que las botellan no se cayesen y ponían que estaban en oferta. Que cracks, si es que se buscan la vida de cualquier manera!

Decir que Honolulu no es una playa con cuatro cabañas de madera, sino un pedazo de ciudad con casi un millón de habitantes y edificios de 30 pisos. Hay que coger la autovía para moverse de una zona a otra. El mar está en la parte externa de la isla (obvio), y en la parte del centro hay varias montañas y creo que un volcán que ya está dormido.

La casa de Kevin era bastante grande, y vivían en ella 5 personas. Al parecer la vivienda es muy cara aquí, $2700 dolares de alquiler por esa casa concretamente. Habían venido un chico y una chica de New Mexico también, y estaban allí. Conocí a Pablo, uno de los compañeros de piso de Koa, y estuvimos todos charlando un rato mientras disfrutábamos de las cervezas fresquitas.

A eso de las 23:30 nos fuimos para casa, no sin antes parar a comer algo porque me estaba muriendo de hambre. Koa, Pierre y Pablo viven en el 7º piso de un bloque a apartamentos. El sitio no está mal, con buena iluminación y bastante amplio. A mi me toca dormir en el sofá. Mañana iremos a la playa de Waikiki por la tarde (aquí no tienen vacaciones todavía, y trabajan por la mañana).

(Vistas desde el apartamento)

martes, 11 de marzo de 2008

Palomas

Aquella mañana se levantó bruscamente de la cama, empapado en sudor. Había tenido un sueño muy extraño, una premonición: había comprendido que su misión en este mundo.

Tan sólo eran las 6:30 de la mañana y estaba amaneciendo. Se vistió con tranquilidad y preparó un café solo muy cargado y sin azúcar, su favorito. Se lo tomó a sorbos cortos, difrutando de su aroma, mientras escuchaba las noticias por la radio. La misma mierda de siempre. Seguro que el mundo sería un poquito mejor si no existiesen esas sucias ratas con alas.

Salió de su apartamento y el brillo del sol le obligó a entrecerrar un poco los ojos. Le invadía una sensación mezcla de inquietud y excitación. Hacía buen tiempo. Era el día perfecto. Caminó muy despacio, en dirección a los coches aparcados en el parque de enfrente. No sabía por qué, pero estaba convencido de que allí encontraría lo que buscaba.

Efectivamente. Entre un Golf negro lleno de polvo y un todoterreno anticuado pudo ver tres palomas picoteando los restos de una bolsa triskis que algún cerdo había tirado al suelo la noche anterior. -El que lo hizo también merece morir. Como las palomas -pensó para sus adentros.

Se acercó por detrás, lentamente. Ahora podía verlas mejor. Eran de un color gris ceniza, con toques de verde y rojizo. Contempló la fealdad de los animales que tenía delante, y se preguntó porque la gente tiene una imagen tan buena de ellas: color blanco, puras, saliendo de la chistera de algún estúpido mago entre los aplausos del público y poniendo el broche final al truco. Perp la realidad era bien distinta, y él lo sabía. Recordó cuando era joven y corría detrás de las palomas por el parque del retiro. Cuando se acercaba mucho salían a volar, así que a veces intentaba tirarle las llaves de casa, pero nunca atinaba. Sonrió. Esta vez no caería en el mismo error.

Se agachó y fue andando en cuclillas, sin hacer ruido, hasta tener a los animales a unos pocos centímetros. La que más asco le daba era la de la cabeza verde. Seguía comiendo, confiada. Sin duda su cerebro era más pequeño que un cachuete. Entonces, con un rápido movimiento, sujetó al pájaro con la mano izquierda y con la derecha le arrancó la cabeza. Después de eso se sintió mucho mejor.